Al subir por las escaleras, nuestros ojos no daban credibilidad a lo que veían, una gigantesca sala con la bóveda semiderruida, pero las paredes eran las más bellas que había visto, en un trabajo que no fuese élfico, seguramente una de las grandes obras maestras del arte enano, pero desgastado por el exceso de humedad y la dejadez del tiempo. Entre las rocas caídas de la bóveda, pude distinguir lo que parecía una enorme necrópolis, cantidades sin fin de sepulcros llenaban la sala, rodeando un posición elevada donde destacaban dos tumbas, que ya desde la distancia se distinguían por encima de las demás, por su delicada forma. Nos adentramos en la sala atravesando por las tumbas, ante mi sorpresa, no pertenecían a enanos, eran figuras humanas las que descansaban sobre las lapidas, iba buscando en mi mente, leyendas e historias antiguas que me hicieran recordar en que sitio estábamos, al llegar a los sarcófagos centrales tenia cada vez más claro que estábamos delante de lo que podría haber sido el reino de Hadirion que había desaparecido sin dejar noticias sobre su fin, alguna canción recordaba un fabuloso reino levantado por humanos en una antigua ciudad enana abandonada. La luz de mi antorcha ilumino las dos tumbas, cada una de ella con una figura, acostados adornados majestuosamente como auténticos reyes. Las figuras rivalizaban en belleza y delicadeza, mi instinto de cazador de tesoros esperaba encontrar el descubrimiento de mi vida, aunque al ver que la losa estaba levemente desplazada empecé a temer lo peor. Pedí ayuda a mis compañeros, Bigradin y Keyran desplazaron toda la tapa del sarcófago para descubrir que estaba completamente vacío, aunque no parecía obra de saqueadores el cuerpo no estaba en el interior. En ese mismo instante una fría corriente de aire nos estremeció y a la vez nos puso en alerta , nos dio tiempo para preparar nuestras armas, dejé la antorcha sobre la tumba y vi como dos extrañas criaturas salían del agua dirigiéndose cada una a uno de mis compañeros, tense el arco y una certera flecha atravso el hombro del más cercano a Keyran, causándole gran dolor, pero no pude evitar que saltara con sus garras y sus afiliados dientes sobre mi compañero que no pudo evitar ser ligeramente mordido en su cuello y sufrir diversos arañazos. Bigardin estaba esperando con su lanza, pero esas bestias eran muy agiles y habían atacado antes de estar del todo preparados, oí como BIgardin se quejaba de alguna herida que parecía más profunda que la sufirada por Keyran, aunque su lanza si que consiguió herir al pequeño monstruo., mientras esté se preparaba para un segundo salto sobre mi compañero, otra de mis flechas fue certera con su segundo objetivo causándole una herida cerca del cuello y unos instantes de duda. Bigardin herido e imagino avergonzado del fallo inicial, ciego de dolor se volvió loco y se lanzó contra su rival atravesándole salvajemente con su lanza a la vez que gritaba en su lengua, cosas de difícil traducción. En el otro flanco Keyran de un sablazo mato a su enemigo, y a pesar de saber que estaba muerto cuando caía entre las aguas, Bigardin se había lanzado también ciego de furia sobre él. Una vez muertos pude ver que eran unos seres anfibios, que desprendían un olor mugriento, de sangre verdosa, tamaño parecido a un goblin, pero sus pies eran de forma de membrana y acabadas en garras.
Mientras mis compañeros se intentaban limpiar de las heridas y rasguños varios, a la vez que Keyran presumía de que gracias a su excesivo equipamiento ahora podían curarse con suficiente solvencia, fui mirando las diversas tumbas de mi alrededor, algunas de ellas aún tapadas otras abiertas completamente, hasta que en una pude encontrar un viejo libro, con mucha delicadeza lo tome entre mis dedos, la humedad había hecho estragos en él, pero era lo único que parecía valioso de toda la sala, faltaban hojas, pero en ellas se leía: Libro del Senescal de la Casa de Hadirión. Abrí con extremo cuidado las hojas, buscando las últimas escritas e inicie la lectura:
«Aquí se registra la caída de la Casa de Hadirion y su esposa Elwen. Yo, Angnir, senescal y capitán de la guardia, escribo este registro para preservar su memoria. Fue en la época de... ¿Porque no estaba conclusa esta parte?
Construyeron un asiento de madera, a modo de trono, a la vista de los muros del castillo. Luego ataron a nuestro señor Hadirion a él, para atormentarlo y ridiculizarlo. Lo torturaron durante horas... Cuando los orcos le clavaron una corona de hierro en la cabeza, aclamando a Hadirion como el legítimo gobernante de estas tierras, la dama Elwen me convoco y me pidió que demostrara mi reputación como mejor arquero de Arthedain. Elegí una flecha de las que recibí de mi padre, y él de su padre anteriormente. Un dardo blanco emplumado y esbelto.
Tensé el arco con todas mis fuerzas y la flecha voló recta, atravesando la mano de un enorme orco que atormentaba a Hadirion y enterrándose profundamente en el pecho de mi señor. Rompí mi arco después de tal hazaña...
El resto de los registros relatan la caída del castillo en diversos fragmentos: enanos traidores permitieron que los enemigos entraran en el castillo sin ser detectados. Quienes sobrevivieron al ataque huyeron bajo tierra y quedaron atrapados, y la dama Elwen desapareció».
Éramos testigos del fin de una era, seguramente gloriosa y en mis manos tenía el testimonio acusador de la enésima traición de los enanos. El mal había inundado esa ciudad. ¿Quedarían más rastros de él en algún rincón de la ciudad? ¿Dónde estaban los restos, los tesoros?, mil dudas me inundaban, pero habíamos de informar a Elrond lo más rápido posible. Me arrepiento de haber enterrado el cuerpo de ese maldito enano que acompañaba a mi hermano, seguro que él era conocedor de lo que había sucedido allí tiempo atrás